Cuando iniciamos hace varios años esta aventura llamada inktraveler, no podíamos imaginar que nos iba a deparar tantas alegrías y nuevas experiencias. Una de las más esperadas fue la visita al honsha de Sailor.
A principios de noviembre de 2017, con una temperatura todavía agradable después de un caluroso verano, llegamos muy ilusionados a Kure, una pequeña y bonita localidad de la prefectura de Hiroshima bañada por el mar y donde no cesaron las sorpresas desde el principio. Con una escultura de Don Quijote y Sancho Panza presidiendo una plaza, como si de una señal se tratara, no podíamos sentir mejor recibimiento.
El motivo de nuestra visita a Kure era conocer en una visita privada las instalaciones de la casa madre o honsha de la firma japonesa de estilográficas Sailor, que desde 1911 lidera la fabricación de, a nuestro juicio, las mejores plumas del mundo, famosas por la calidad de sus plumines de oro. Mr Kyugoro Sakata, un ingeniero que conoció la existencia de las estilográficas gracias a un amigo marinero, decidió ser el primero en fabricarlas en Japón y, gracias a su visión internacional del producto, les puso el nombre inglés de Sailor (marinero), en honor a su amigo.
Acompañados de los responsables de la sección internacional de la
firma, Yonezawa y Ryonosuke Yasui, además de Morisan el jefe de producción de
la fábrica, un taxi nos condujo directamente a las instalaciones situadas a las
afueras de la localidad. Varios edificios inequívocamente japoneses de planta
baja, cuya arquitectura denota varias décadas de antigüedad, y comunicados
entre sí por calles ajardinadas, constituyen la fábrica Sailor. En la fachada
del edificio principal cuelga una gran placa con el logo de la firma, donde
aprovechamos para hacernos una foto de grupo.
Con la amabilidad
nipona característica, nos invitaron a entrar en el interior. Una gran mesa
engalanada con flores de forma tradicional presidía la entrada. Detrás se veían
las oficinas, donde numerosos empleados nos recibieron con una educada sonrisa
curiosa ante la inusual presencia de occidentales en sus instalaciones.
Inmediatamente nos invitaron a un té en una sala de reuniones situada a la
izquierda de la puerta, decorada con diversos diplomas y premios conseguidos
por la empresa, la foto de los fundadores, algunos posters del equipo de hockey
local que patrocinan y numerosas vitrinas con algunas de sus piezas
legendarias. Desde ese mismo instante, mi corazón latía más fuerte por la
emoción, y el brillo de mis ojos delataba el deseo de acercarme a esas vitrinas
a echar una ojeada.
Una vez finalizada la ceremoniosa invitación al té, nos llevaron
directamente a un barracón donde un operario estaba fundiendo el oro con el que
se crean sus famosos plumines. Nos explican que hemos empezado así el recorrido
porque no quieren que nos perdamos ese proceso totalmente artesanal, por el
cual un lingote de oro con forma de lengua de gato y color grisáceo se
introduce en una máquina para formar piezas de unos 15x15 cm de tamaño que nos
dan a sopesar en las manos.
Curiosamente, descubrimos una botella de aceite de oliva virgen
extra para engrasar el molde y, ¡oh, sorpresa!, era de Córdoba. Un detalle
divertido para amenizar la conversación en dos idiomas, inglés y japonés,
aunque de vez en cuando se escapaba alguna palabra en español.
En el proceso posterior, vimos cómo esas piezas se trataron hasta
convertirlas en los plumines que varias operarias, ataviadas con pañoletas
blancas en su cabeza y guantes o dediles para no manchar de grasa el material,
empezaron inmediatamente a trabajar. La gran mayoría de esos plumines eran de
oro de 14 y 21 quilates, en oro rodiado y amarillo. A continuación, otras
operarias iban fabricando los diversos tamaños y puntos, entre ellos los
plumines musicales que tanto me gustan, porque con su gran iridio permiten
variaciones entre el trazo horizontal y vertical con mayor flujo de tinta, y
que eran usados antiguamente para escribir música.
Desde el inicio de
la visita (que se puede decir que comenzó la noche anterior con una cena de
bienvenida en un magnífico restaurante de Hiroshima de comida tradicional
japonesa) nos invitaron a ver y preguntar todo lo que quisiéramos, pero también
nos instaron a no hacer fotografías en el interior de las instalaciones donde
trabajan en la realización de las piezas. Solo nos permitieron una excepción
que contaré un poco más adelante.
Una ojeada a la
decoración de las paredes me lleva a sonreír al ver los recortes de revistas
con fotos de Disney, Hello Kitty y hasta un póster de Messi en la puerta de entrada
de una de las naves.
La visita continuó viendo cómo se montan las estilográficas, y en
un momento dado de la visita nos introdujeron en una prefabricada habitación
blanca ¡insonorizada!, y en su interior una sencilla mesa donde prueban uno a
uno todos los plumines mojándolos en tinta diluida para comprobar que el trazo
no solo es perfecto a nivel de entintado, sino también del sonido que produce
al rasgar el papel. Sailor es conocida internacionalmente por la calidad de sus
plumines, y desde luego que, desde este momento y más que nunca, podemos avalar
que este reconocimiento es auténticamente merecido. El extremo cuidado, mimo y
dedicación con el que es tratado uno a uno cada plumín nos emociona y nos deja
ensimismados con el trabajo de los artesanos de la firma.
Un poco más
adelante, nos giramos para ver las siguientes mesas de trabajo y... el mismo
Yukio Nagahara estaba allí mismo, con sus más de sesenta años, trabajando en la
realización de uno de sus plumines especiales, y enseñando a tres pupilas.
El gran Nagahara, hijo del creador del plumín, Naginata Togi, llamado así
porque tiene la forma de una espada japonesa del mismo nombre, abandonó su
trabajo por unos minutos para saludarnos y, tras concedernos el permiso,
fotografiarse con nosotros.
Como amantes de las
plumas, este fue un momento mágico. No podíamos creer estar ahí mismo, viendo
cómo creaba sus extraordinarios plumines de una calidad única gracias a que
poseen una escritura de diferentes ángulos por su inclinación.
Yukio Nagahara nos
enseñó varios en los que estaba ocupado en ese preciso instante, para que
pudiésemos verlos con lupa y observáramos la perfecta precisión de su trabajo.
Después de unas sinceras sonrisas y palabras de agradecimiento en nuestro
rudimentario japonés, nos despedimos de él encantados de haberle conocido en su
propio ambiente, confirmando con nuestros propios ojos el rigor, la
minuciosidad y el cuidado exquisito de su labor. Todo un honor para nosotros y
un momento inolvidable.
Pero no todo son
estilográficas en la casa Sailor, y en el siguiente barracón nos explicaron
cómo se fabrican los bolígrafos con la tecnología más avanzada.
Al regresar a la
sala de visitantes inicial nos invitaron a comer un bento de excelente calidad,
en un ambiente jovial y distendido, con un interés genuino por su parte de
conocer nuestras impresiones y un rubor mal disimulado al escuchar nuestros
halagos.
No podíamos terminar la visita sin disfrutar
fotografiando, tocando y conociendo las piezas que tienen en su exposición
privada…. como algunas de sus plumas más míticas y creaciones en maki-e sobre la ebonita de unas King of pen... y así dimos por
finalizada esta inolvidable experiencia.
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